Don Luis nos cayó hace ya varios años aquí al tambo. Un señor de esos güeros de mucha lana y de buena familia. De esos que por aquí se ven pocos, pero que siempre son culpables. Me acuerdo muy bien del día que llego el buen don Luis. Con esa cara que traen todos en sus primeros días. Una cara serena, como si entendieran perfecto en donde están y lo que les espera. Como si lo aceptaran y ya lo tuvieran todo contemplado. Así llegan todos. Pero la mera neta es que no entienden nada, cagados de pinche miedo.
El caso es que llegó y me lo metieron aquí conmigo, asesino con asesino, me dice siempre. Pero pues yo no soy asesino, le digo, yo soy inocente, pero él se ríe, siempre igualito. Un gran hombre ese don Luis.
Ese día que lo trajeron, en la noche, me conto una historia. No entendí si era de amor o que quería decir, pero pues por la forma en que me la conto pues como que sí sé que me quería decir. No sé si me doy a entender. Tal vez estoy mitad loco pero siento que a veces entiendo a la gente nomás de verla.
Su historia era sobre una pareja de jóvenes. De adolescentes, me dijo el, como si fueran alguna especie de seres dolientes, de entes trágicos.
Dos chavitos, como de 15 o 16 años, me imagino yo, que eran novios y que querían tener sexo.
Resulta que se fueron a la casa de ella, que porque sus papás no estaban y no llegaban en dos horas, y la niña no tenía hermanos ni sirvienta (eso dijo, sirvienta) y pues ahí iban a tener tiempo y privacidad.
Se fueron, pues, terminando la escuela, comieron algo y se encerraron con llave en el cuarto de la niña (perdóneme si no le digo los nombres, pero pues no se me los nombres porque tampoco me los dijeron a mí). Se desnudaron, cada uno en su rincón, y se metieron tímidamente a la cama sin saber muy bien por dónde empezar. Aunque claramente ya sabían cómo empezar porque empezaron.
Al cabo de un rato la niña se comenzó a mover raro y a hacer caras, el chavito pensó que era un juego, o alguna reacción natural, pero unos instantes después la escuincla ya no se movía. Se murio a media cogida. Alguna patología de esas de nacimiento, una tragedia trazada por su destino, tal vez -eso lo supongo yo, don Luis nunca habla nada del destino ni del azar. El joven pues se ha de haber asustado bastante, tremendo sustote. Yo creo que ha de haber llorado un rato.
Dos horas después llego el jefe de la joven. Toco la puerta varias veces. Desesperado como estaba tiró la puerta a golpes. Adentro del cuarto encontró al niño desnudo, sentado en la cama junto a cuerpo de la pobrecita niña, vestidita hasta con zapatos.
En dos horas que tuvo el chavito ahí con ella no hizo más que vestirla. Probablemente con más cariño que el que jamás hubiera dedicado al hacerle el amor. Eso pensaba don Luis. Tuvo tiempo para vestirse y salir de esa casa, de huir como tabernáculo de olvido (eso merito dijo don Luis pero no entendí muy bien, tabernáculo, me suena como a un bastón o alguna raíz comestible), pero se quedó con ella y la vistió dulcemente y no se movió.
El señor encabronado golpeo al chavito hasta matarlo.
Nunca entendí porque me contaba don Luis esa historia. Supongo yo que solo necesitaba pedir perdón, o algo así.
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