El hombre del altavoz era alto, muy alto y muy flaco. Llevaba en el rostro una cantidad insólita de vello facial. No padecía calvicie en ningún rincón de su cabeza. Cubría sus piernas con largos pantalones de pana que con todo no terminaban su trabajo y dejaban descubiertos los tobillos. En el tronco superior vestía una camisa de manga larga, que se arremangaba hasta antes del codo, como inutilizando valiosos centímetros cuadrados de tela que bien hubieran servido para fabricar la indumentaria completa de un bebé.
Estaba sudando, mucho.
-¿Entonces?- Pregunto ansioso a la mujer que recién evacuaba del edificio.
-Dijo que si, siempre y cuando sea en nuestra sala y venga usted solo.
Después de hacer una señal al escritor, la dama le indico al hombre del altavoz el camino. Tras el hombre del altavoz emprendió su propia marcha el ferretero, que aún se sentía involucrado –más bien herido- y quería arreglar ciertas cosas por su cuenta. Respiraba pesado, como un centurión romano decidido y mentalizado ante una batalla. Se desilusionó cuando la mujer le hizo saber que no era requerido (a estas alturas ya se había hecho a la idea fuertemente de que un ferretero no figura nada en la vida de nadie y por primera vez en 14 años volvió a contemplar el suicidio).
Estado Civil: Casado. Fue poco antes de proponerle matrimonio a Marcela cuando Narciso concluyo su primera novela. Les gustó a ellos nada más.
Trataba sobre un joven geólogo que inspirado en historias sobre grandes buscadores de tesoros ponía en marcha una investigación ambiciosa en busca de oro en Centroamérica –algo así como El Dorado pero aun enterrado por las fuerzas geológicas-. Para hacer el cuento corto -aunque en realidad si fue muy corto-, el joven encuentra algo que a su parecer es una mina de oro en Panamá y con grandes esfuerzos consigue el apoyo de un reconocido minero mexicano que lo apadrina como a un elegido que le traería fortunas inigualables. Resulta que todo era un error y no hay oro y ahora el joven geólogo tiene que huir de la mafia de los mineros que lo quieren matar hasta que lo matan.
Era ridícula y, fuera de algunos amigos y un estúpido profesor de universidad, fue vista como papel de reciclaje. Lo mas triste es que guardaba con celo y nostalgia el momento en que culmino esa aberración, lo valuaba aun mas que su noche de bodas.
Habían pasado 17 años y ahora estaba sentado en su sala, compartiendo el más incomodo de los silencios con la sonrisa más peluda del mundo y su flácida mujer.
-Me gusta la decoración.
-¿Hay algo que no le guste?- Vocifero con hostilidad Narciso, como si el hombre del altavoz fuera un invasor a sus meticulosos planes.
-Para empezar…- No pudo ni quiso decir nada.
La mujer de Narciso permanecía callada y distante, como si no le preocupara el desenlace de lo que fuera que estaba pasando.
-Por favor dígame, -con esta dulce demanda intentaba transformar ese campo de batalla en una sala de confidencias, cosa que de cierto modo lograría- ¿Qué es lo que lo tiene pensando en quitarse la vida?
Estado Civil: El hombre del altavoz no comprendía como se pudo alguien casar con ese imbecil.
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