El dia que Sancho perdio todo.


Says one time he went out in the wilderness to find his own soul,

an’ he foun’ he didn’t have no soul that was his’n.

Says he foun’ he jus’ got a little piece of a great big soul.

Says a wilderness ain’t no good,

’cause his little piece of a soul wasn’t no good ’less it was with the rest,

an’ was whole.

JOHN STEINBECK, THE GRAPES OF WRATH


Terriblemente asustado, aunque con su sanidad aún bajo control, Sancho comenzó a contar y recontar sus últimas dos horas. Había despertado, tomado y par de bananos de la canasta de frutas de su cocina y un plato de cereal, arroz inflado embarrado de saborizante a chocolate y una variedad de colorantes que hacían su leche deslactosada una especie de líquido morado, como si los pequeños granos procesados se desangraran, o mejor, desintegraran, en un líquido corrosivo. Un ácido temible que terminaba lentamente con su paz y los deshacía y debilitaba al minuto. Luego un trozo de metal los recogía de su suplicio y los depositaba dentro de la boca de un monstruo que los molía con unas columnas, colocadas a los lados de la cavidad, una junto a otra, formando hileras, y otras columnas arriba, simétricamente colocadas, que subían y bajaban para aplastar despiadadamente, pero dejando el trabajo a medias, para prolongar el sufrimiento de los machacados granos. De ahí pasaban por un tubo a otra cavidad, más grande esta, que como un genocidio nazi liberaba ácidos que los quemaban y los desintegraban a nivel molecular, causando un dolor de nirvana, un dolor total, que se encargaba de rodear y morder hasta el último rincón del cuerpo, haciendo presente en la conciencia la totalidad del ente, haciendo a cada terminación nerviosa gritar “aquí estoy, ayuda”, y saturando todas al cerebro. Un cerebro empático, que se toma la molestia de escuchar a todas esas partes, a veces tan lejanas y tan inconcebibles. Y él ya sabe que no tiene caso pero aun así sufre con ellas y por ellas y les dice “todo va a estar bien” pero él sabe que esto no es cierto, y es lo último que sabe porque hasta el termina sucumbiendo. Todo eso desintegrado pasa a ser una misma masa, que después de ser despojada de sus elementos más valiosos retoma la forma del chococrispis, pero como un ente mucho mayor, una de tantas heces fecales, únicas todas y bellas en su propia forma. Todas esas pequeñas almas sumandose en una enorme, que las comprende a todas, la gran cagada, alabada y adorada. Esa experiencia religiosa materializada, ese espíritu gigante que se nos ha prometido lo encuentran esos chococrispis durante un momento en el sublime proceso digestivo, para luego pasar al inodoro, ese purgatorio incoloro, insaboro e inodoro que antecede al paraíso del caño, en donde toda nuestra civilización se encuentra y se mezcla. En donde todas las almas entran en contacto sin que ya nadie las moleste y esperando su turno para reencarnar en otro ser, como las fresas de Irapuato o los bellos jardines de esos hoteles de cinco estrellas, regados con aguas tratadas. O irán a parar al mar, a la mancha de basura del pacifico, o pasaran a ser bacterias, y luego creel y luego una gran ballena azul, la criatura más grande posible, o tal vez camarones, sabrosos camarones dispuestos a ser despedazados en todos los puertos del mundo.

Sancho pensó en todo eso, sentado en su cama, escuchando como sus enemigos golpeaban la puerta, cerrada con candado y reforzada con tablones clavados en la pared. Si van a entrar, pensó, que les cueste trabajo. Tomo un trago de licor y se recostó un rato.

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